Sri Lanka y Maldivas. Luna de Miel. 28 de marzo – 9 de abril 2016
Han pasado varias semanas desde que volvimos de nuestro viaje de novios, y todavía es como si siguiéramos allí. Todo nos recuerda a los días que vivimos, a los que podemos calificar ya de inolvidables.
Eran diversas las opciones que nos llamaban la atención para el viaje, pero hemos de decir que estamos plenamente satisfechos de la elección que hicimos. Hemos conocido un país tan distinto a lo que tenemos cerca como Sri Lanka, en el que se dan la mano naturaleza y una cultura fascinante, para terminar con tres días de relax en un lugar tan increíble como las Maldivas. La combinación lo tiene todo, es muy cómoda (la clave está en la cercanía entre ambos países) y la relación calidad/precio no es mala si se trabaja con la agencia por conseguirla.
Sri Lanka
Colombo: Empezamos el viaje en la capital de Sri Lanka. Llegamos temprano y un poco derrotados por el jet lag y el trayecto a la llegada (los atascos son dignos de verse), pero el guía/chófer se lo curró y le lloró un poco al hotel para que nos dejara descansar un par de horas en la habitación antes de la hora de check-in. Menos mal.
Luego hicimos la visita. Nos habían advertido del escaso interés de la ciudad, y es verdad que resulta muy dispersa, pero como puerta de entrada, teniendo en cuenta que al principio todo te llama la atención, y que hay restos coloniales, enormes edificios oficiales e infinidad de templos de las cuatro religiones (todo en el país está marcado por la variedad de cultos, aunque con predominio del budismo), tiene un pase. Es una visita que tiene poco pateo, lo que viene bien para superar el jet lag. Una anécdota que nos pasó fue que vimos llegar a un elefante, montado en un camión, al principal templo budista de la ciudad, que parece ser lo tiene en propiedad, mientras lo visitábamos. Muy impactante.
Mención aparte para el Ozo Hotel, donde pasamos la tarde. Es una auténtica pasada su azotea con piscina y vistas al Pacífico (impresiona contemplar la puesta de sol) y en la cena había platos típicos del país y propuestas más modernas, combinando de maravilla.
A la mañana siguiente nos despertamos prontito y salimos en dirección a Anuradhapura. No está a muchos kilómetros pero hay que advertir de lo lentísimos que son los trayectos en carretera por el país, uno de los puntos débiles del viaje. A la hora de configurar rutas, se debe tener en cuenta que la media es de unos 30 km/hora.
Anuradhapura: La primera capital que tuvo el país y una ciudad llena de lugares sagrados para los budistas. Tiene algo especial, un ambiente muy espiritual entre sus ruinas milenarias, algunas de ellas situadas entre los árboles. Nos llamó la atención que había muy poco turistas, quizá ahuyentados por el calor o por encontrarse lejos de los otros vértices del llamado triángulo cultural. Hay que estar casi todo el tiempo sin zapatos y con la cabeza destapada por tratarse de espacios sagrados, pero merece la pena por aquello de “empezar por el principio”.
Posteriormente nos trasladamos al Aliya Resort en Habarana. Otra maravilla. Es un complejo muy nuevo, con unas habitaciones enormes y preciosas, y una infinity pool con vistas a la roca de Sigiriya que quita el hipo. La verdad es que en el país es posible acceder a alojamientos de lujo sin que se dispare el presupuesto.
Habarana se toma como centro de operaciones para visitar el triángulo cultural.
Polonnaruwa, segunda capital del país, también Patrimonio de la Humanidad. Los restos están mucho mejor conservados que en Anuradhapura, lo que es normal ya que tienen mil años menos. Por ese motivo habría más turistas, aunque en número moderado. El cuadrángulo es realmente impresionante y el conjunto de esculturas Gal Vihara, tallado en una roca, es una de las imágenes del viaje. Merece la pena visitar también el museo a la entrada del conjunto histórico.
Safari: Lo hicimos esa tarde. Informaron a nuestro guía de que en los parques de Minneriya y Kaudulla no veríamos nada, así que recorrimos en el jeep una zona cercana a Habarana, que no viene en las guías pero en la que pudimos observar a varias decenas de elefantes salvajes, lo que es realmente sobrecogedor. A medida que avanza la jornada la manada se va uniendo, y en el último momento dimos con un ejemplar espectacular, con grandes colmillos. Para intentar ver leopardos se supone que la mejor opción es ir a Yala, al sur, que descartamos por estar lejos del resto de nuestra ruta.
Sigiriya: Al día siguiente a primera hora subimos a la roca de Sigiriya, la que ellos llaman “octava maravilla del mundo”. La subida es dura, especialmente por el calor, pero es un poco ridículo quedarse por el camino, ya que hay muchos turistas y casi todos llegan arriba. Lo mejor del ascenso son unos frescos de lo más eróticos que se conservan en una cueva y las famosas zarpas del león, que hacen pensar en lo espectacular que pudo llegar a ser el lugar en su momento.
Una vez arriba, lo mejor son las vistas, ya que solo sobrevive la base del palacio que se supone que hubo allí. Llama la atención si miras al camino por donde has accedido a la roca.
Dambulla: Para seguir con la paliza, inmediatamente después fuimos hacia Dambulla, donde hay que subir a la cima de una montaña para acceder a las cinco cuevas del Templo Real de la Roca. Esta visita es imprescindible y por algún motivo que no podemos entender no está en todas las rutas turísticas. Las pinturas y esculturas de las cuevas están perfectamente conservadas y el lugar es realmente precioso, casi para convertirse al budismo allí mismo.
En Kandy, que también fue capital y actualmente es la ciudad sagrada, pasamos dos noches.
Kandy: es tan caótica o más que Colombo, pero no resulta tan dispersa, así que llegas a impregnarte más de lo que es la vida de sus habitantes. Su lugar más emblemático es el Templo del Diente, donde está la reliquia de Buda que fue clave en el nacimiento del país y que todavía hoy se mantiene como símbolo de su identidad. La leyenda que la rodea es muy interesante aunque requiere cierta credulidad.
El templo es un lugar bullicioso, con muchos turistas pero aún más fieles. Los cingaleses deben ir al menos una vez en la vida, lo que explica la emoción que se respira en el lugar y la cantidad de ofrendas que se realizan (únicamente los que más aportan tienen acceso al recipiente donde se guarda la reliquia). Las miles de flores que se entregan le dan un toque pintoresco y colorido.
Por la tarde acudimos a un espectáculo de música y danzas tradicionales, que per se no estaba mal, pero lo hacían en un sitio tan feo que deslucía bastante. Lo más llamativo era el número final en la calle de los comedores de fuego.
Tren del té: Al día siguiente, previo paso por el bonito jardín botánico de Peradeniya, tomamos el famoso tren del té hasta Nuwara Eliya, una de las experiencias más insólitas del viaje. El cultivo de té inunda las montañas dejándolas como un mar verde que el tren recorre desde el interior.
Tras sesión de masaje ayurvédico, hicimos noche en la colonial Nuwara Eliya, que entre el clima fresco y la tranquilidad que se respira parece estar en un país distinto.
Llanuras del Horton: Al día siguiente nos pegamos un madrugón importante para estar al amanecer en el Parque Natural de las Llanuras del Horton. Se trata de una agradable ruta a pie de unas tres horas, con dos paradas destacadas en las cataratas de Baker y en un acantilado llamado el Fin del Mundo, cuyo nombre es un poco pretencioso para lo que es. A la entrada vimos un par de sambares y a la salida monos de cara morada, pero ni rastro de los leopardos, que alguna vez se han visto también por esta zona.
Para acabar, lento camino de vuelta de nuevo entre campos de té (visitamos una de las factorías) y más cataratas hasta llegar a otro hotelazo en Negombo, cerca del aeropuerto, donde al día siguiente tomábamos el avión hasta Maldivas.
Maldivas
Y a solo una hora de vuelo de Colombo llegamos a las Maldivas, un auténtico paraíso en la Tierra. No hay mucho más que decir, ya que deben existir infinitas formas de vivir los días allí, en función de las posibilidades y gustos de cada uno, y no se me ocurre ninguna mala.
La organización para la recogida y traslado de los turistas hacia los resort es perfecta. En nuestro caso, fuimos al Centara Ras Fushi, que se encuentra cerca del aeropuerto (unos 20 minutos en lancha) y es de las opciones más asequibles. Lo primero que llama la atención al llegar a la isla es el silencio. La gente acude allí para relajarse y las familias con niños solo están permitidas en los resort familiares. Después llegas a tu villita sobre el agua y te toca disfrutar del mar en su esplendor y de las increíbles vistas durante y después de la caída del sol. El buceo es muy recomendable, ya que con facilidad se pueden ver formaciones de coral y peces de todo tipo y color, hasta tiburones pequeñitos que se acercan a la orilla.
Nos planteamos hacer alguna excursión de las que ofrecía el resort, pero al estar solamente tres días nos pareció que merecía más la pena disfrutar tranquilamente de semejante lugar. De lo mejor, la variedad de restaurantes (en especial la cena en el árabe), la sesión en el spa, el grupito que tocaba en el bar por las noches y que las actividades deportivas fueran gratuitas. Por lo demás, todo es prohibitivo, así que lo mejor es contratar un pack que incluya cuantas más cosas mejor.
Y allí se quedaron el Centara Ras Fushi y las Maldivas y a casa nos volvimos nosotros, pero con una cosa clara: volveremos.
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